Comprar desde casa no es nuevo
En 1957 Charles Cornell, fundador y, al mismo tiempo, director general de la Packaging Association de Canadá, pronosticó que llegaría el día en que «el comprador realizaría su compra desde una butaca de su casa. Conectará su TV con un circuito cerrado emitido por el supermercado. Verá en la pantalla un almacén lleno de los productos que necesita. Todo lo que hará será telefonear al establecimiento, pidiendo lo que desea y recibirá sus comestibles el mismo día».
Las compras sin salir de casa por aquellos años tampoco eran una novedad ya que la venta por catálogo existía desde al menos cien años antes en EEUU.
A mediados del siglo XIX ya había catálogos de venta por correo tan extensos o más que el actual catálogo de Ikea. Estos catálogos estaban ilustrados no por fotografías sino por magníficos grabados, y en ellos se ofrecían desde muebles a aperos de agricultor, pasando por yunques para herrero o armas de fuego. Todo ello facilitaba el aprovisionamiento de los más perdidos rincones del lejano oeste, a precios muy competitivos en comparación con los de los poco surtidos General Stores.
El negocio de la venta por catálogo se basaba en la distribución, utilizando como método de envío el correo ordinario y el pago contra reembolso, (COD, por sus siglas en inglés de Cash on delivery), en un país en donde este servicio funcionaba eficazmente. Almacenes tan importantes como Sears, Bloomingdale’s o Hammacher Schlemmer publicaban extensos catálogos ilustrados.
Pero lo realmente novedoso y visionario para los años 50 era predecir que en un futuro el catálogo sería sustituido por la televisión conectada a un circuito cerrado de un supermercado.
En aquellas fechas, Charles Cornell no se podía ni imaginar que unos cincuenta años después, efectivamente se podría elegir y comprar a través de la pantalla pero no de la TV ni de ningún circuito cerrado, sino de otro aparato con el que se podría interactuar e incluso pagar.
Esta descabellada idea iría más allá de las predicciones de cualquier novela de ciencia ficción de la época, ni Mr. Spock hubiera soñado con poder comprar a través de un aparatito que guardase en su bolsillo.
Es triste que Cornell no haya podido conocer eBay o Amazon para así poder silenciar las escépticas risas de sus compañeros en la incipiente ciencia del marketing. Charles Cornell no iba descaminado.
